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domingo, 31 de mayo de 2009

El Refugio del Juego

Sería absolutamente injusto si dejara que esta historia comenzara sin evocar a un progama de radio que hace justo 10 años estaba dando sus primeros pasos al aire y que dejó de emtirse a mediados de 2006. “El Refugio del Juego” se llama este programa, y uso el presente y no el pasado porque su espíritu lúdico se mantiene encendido crepitando en mi interior: jugar por jugar, jugar porque sí, el Juego como sinónimo de libertad absoluta y juventud imperecedera, la locura de dos imperfectos extraños que se abrazan en una tribuna con un solo grito, la felicidad en el rostro de un niño que corre detrás de una pelota como si la Tierra no girase, como si el tiempo no existiese. Pero el tiempo existe, para bien o para mal. Una década más tarde -con más panza y menos pelo- por suerte el Juego sigue siendo parte de mi vida, aunque ya no la sana costumbre de compartirlo tan abiertamente. Por eso abro esta puerta, para ir a jugar con vos. Porque no te conozco, y estoy convencido de que no existe ninguna manera mejor de conocerte que a través del Juego. Jugando a hacer un programa de radio tuve el orgullo de compartir el equipo de producción con grandes personas como Juan Pablo Gómez, Sebastián Silva, Sebastián Srur, Mariano Tomé, Patricio Dunckel y Andrés Giglio. Además, pude enriquecerme con la mirada de muchos protagonistas del Juego organizado -hecho deporte- a nivel amateur y profesional. Y como si todo esto fuera poco, cada emisión era culminada con la sonorización de textos escritos por distinguidos e ignotos autores. No hay manera de que toda esta experiencia no me haya signado para formar parte de lo que soy.
Así fue que, diez años después de su primera emisión, decidí que la sección final del programa se constituya como el primer casillero de este tablero indecifrable: cuentos, ensayos y hasta alguna que otra poesía referida al Juego, ése que brilla tanto en la estampa del deportista millonario como en la sonrisa del hijo que se desprende de los brazos de su padre para entregarse sobre la hamaca al misterioso vuelo del viento.

domingo, 24 de mayo de 2009

"Instrucciones para elegir en un picado", de Alejandro Dolina

Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se disponen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quienes integrarán los dos bandos. Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternativamente a sus futuros compañeros.
Se supone que los más diestros son elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos. Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances. El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el grupo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada.
Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector observó que las decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.
Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos. Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces. El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.

domingo, 17 de mayo de 2009

"El gol", de Eduardo Galeano

El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos. El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol, aunque sea un golcito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Zidane




Les convido un video que me mostró un amigo que lleva al fútbol en la sangre. Gracias de nuevo, Diego.

lunes, 11 de mayo de 2009

"La barrera", de Roberto Fontanarrosa

Un paso más atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí está bien. Ya está la barrera formada. Una baldosa más acá. Un momento. Ante todo, sacar las cosas del arco. Hay botellas debajo de la pileta. Ya la otra vez cagó una. Y dos sifones. El blindado no es nada, pero el otro puede reventar. Y los sifones revientan, y los pedacitos de vidrio saltan y se meten en los ojos de uno. Bien juntas las macetas de la barrera. El arquero muy nervioso. Miguel Tornino frente al balón. Atención: el rubio Miguel Tornino frente al balón. Una mano en la cintura. La otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de la frente. De los ojos. Hay silencio en el estadio. Es la siesta. Hasta el Negro se ha quedado quieto. Resignado a ser simple espectador de ese tiro libre de carácter directo que ya tiene como seguro ejecutor a Miguel Tornino, que estudia con los ojos entrecerrados el ángulo de tiro, el hueco que le deja la barrera, la luz que atisba entre la pierna derecha del recio mediovolante de la visita y la pata de portland de la maceta grandota del culantrillo. Un solo grito en el estadio: “Miguel, Miguel...”.
El público de pie ante ésta, la última oportunidad del Racing Club, cuando sólo faltan dos minutos para que finalice el match. Habrá que apurarse antes de que vuelva a adelantarse la barrera o el Negro insista en morder la pelota y hacerla cagar, como el otro día que la pinchó el muy boludo. Sonó el silbato. Habrá que pegarle de chanfle interno. La cara interna del pie diestro de Miguel Tornino, el pibe de las inferiores debutante hoy, le dará al balón casi de costado, tal vez de abajo, con no mucha fuerza pero sí con satánica precisión para que ese fulbo describa una rara comba sobre la cabeza de los asombrados defensores, sobre el despeinado pirincho del helecho de la segunda maceta y se cuele entre el travesaño, el poste, el postrero manotazo de la lata de aceite Cocinero que se ha lucido hasta el momento. ¡Tiró Tornino...! y se hizo mimbre en el aire el arquero ante el latigazo insólito de curva inesperada y con la punta de los dos dedos allá voló la lata a la mierda... ¡Carajo, que ladra el Negro! Sí, mamá. Sí, la guardo. Está bien. ¡Pero mirá vos cómo la viene a sacar este guacho!