Un hombre alto, de anteojos oscuros y fino traje, bajó del imponente auto negro y se paró justo sobre el costado de la canchita. Levantando la mano, adornada de gruesos anillos brillantes, pidió al Chino que se acercara.
El Chino era el crack del barrio, todos querían jugar con él. Hasta me acuerdo de un día que suspendimos el desafío con los pibes del otro monoblock porque el Chino estaba enfermo. Había otros para jugar, pero tener al Chino era victoria segura y nosotros no queríamos bancarnos justo a los de torre 15 gastándonos hasta el próximo partido.
En el momento que el hombre encendía un cigarrillo largo, el Chino se acercó.
El hombre con sonrisa de propaganda le dijo mirándolo: “Pibe, ¿nunca pensaste en jugar al fútbol?”.
El Chino se encogió de hombros, como diciendo: “¿Y qué estoy haciendo?”
El hombre de fino traje completó la pregunta rápidamente: “Profesionalmente, digo. Un pibe con tu talento está para cosas mayores. A vos te esperan las grandes hinchadas, la buena vida, los mejores restoranes, autos importados, los periodistas de todo el mundo peleándose por una foto tuya”.
El Chino se secaba la cara con la remera mientras el hombre le seguía hablando de las maravillas que su lámpara mágica podía conceder.
-Te vas a llenar de guita pibe. Con tu talento y mis influencias vamos a llegar muy alto.
El tipo siguió parloteando un rato largo, pero creo, conociéndolo al Chino, que recién lo convenció cuando le dijo que iba a jugar con esos que salían en las figuritas redondas.
-La semana que viene vengo y te llevo al club para que empieces a entrenar.
El Chino era el crack del barrio, todos querían jugar con él. Hasta me acuerdo de un día que suspendimos el desafío con los pibes del otro monoblock porque el Chino estaba enfermo. Había otros para jugar, pero tener al Chino era victoria segura y nosotros no queríamos bancarnos justo a los de torre 15 gastándonos hasta el próximo partido.
En el momento que el hombre encendía un cigarrillo largo, el Chino se acercó.
El hombre con sonrisa de propaganda le dijo mirándolo: “Pibe, ¿nunca pensaste en jugar al fútbol?”.
El Chino se encogió de hombros, como diciendo: “¿Y qué estoy haciendo?”
El hombre de fino traje completó la pregunta rápidamente: “Profesionalmente, digo. Un pibe con tu talento está para cosas mayores. A vos te esperan las grandes hinchadas, la buena vida, los mejores restoranes, autos importados, los periodistas de todo el mundo peleándose por una foto tuya”.
El Chino se secaba la cara con la remera mientras el hombre le seguía hablando de las maravillas que su lámpara mágica podía conceder.
-Te vas a llenar de guita pibe. Con tu talento y mis influencias vamos a llegar muy alto.
El tipo siguió parloteando un rato largo, pero creo, conociéndolo al Chino, que recién lo convenció cuando le dijo que iba a jugar con esos que salían en las figuritas redondas.
-La semana que viene vengo y te llevo al club para que empieces a entrenar.
No me voy a olvidar nunca de ese día, nosotros fuimos todos a ver el entrenamiento. El Chino llegó en el auto negro con el hombre de traje y le presentó al que seria su entrenador. Un señor petiso y de voz chillona que le dio una remera brillosa y le dijo que se ponga a correr alrededor de la cancha.
Cuando ya nos estabamos aburriendo de verlo correr, el hombre que le dio la remera lo llamó y le preguntó de que jugaba. El Chino, corto como siempre, respondió: “De lo que sea”. Y el tipo le dijo: “Bueno, entrá y hacé lo que sabés”.
Entró corriendo como si fuera su primer Carlos Pelegrini. Con la primera pelota que agarró dejo a dos por el camino y casi la clava en el ángulo. El Chino parecía una pulga picoteando el lomo de un perro enorme.
Lo segunda pelota que tocó trató de tirar uno de esos caños que tan bien le salían en la canchita, la pelota pasó pero a él lo desparramaron por el pasto. Después trato de tirar un sombrero y un codazo lo descalificó. El técnico empezó a ponerse nervioso.El Chino seguía con su juego, tiró un taquito en el área y no lo entendió nadie, después quiso probar una rabona y lo barrieron como si fuera una planta de choclo en tiempo de cosecha. Nuestro crack parecía un poeta romántico en medio de un cabaret. Y la barra, detrás del alambrado. No nos atrevíamos ni a mirarnos entre nosotros.
El entrenador agarrándose la cabeza empezó a los gritos : “Pibe, ¡veni para acá!” Lo tomó de los hombros y le dijo serio: “Nene, vos no estás acá para tirar cañitos, ni sombreritos, ni rabonas, ¿entendés? Estás para jugar al fútbol, así que deja de hacer pavadas y jugá al fútbol”.
Vimos en los ojos del Chino un brillo que conocíamos bien. Entró corriendo a la cancha y como si fuera un caballero medieval en rescate de su amada, tomó la pelota con la mano y la revoleó para donde estábamos nosotros. Después cruzó el alambrado bajo la mirada atónita de todos los presentes y sacándose la camiseta nos dijo: “Vamos, antes de que nos ocupen la canchita”.El hombre del auto negro quedó con la boca entreabierta y el de voz chillona le gritó: “Che, pibe, ¿adónde te creés que vas?”Y el Chino, nuestro amigo, corto como siempre le contestó: “A jugar al fútbol.” Ese fútbol que sabia jugar él y que estos tipos parece que no conocían.
Cuando ya nos estabamos aburriendo de verlo correr, el hombre que le dio la remera lo llamó y le preguntó de que jugaba. El Chino, corto como siempre, respondió: “De lo que sea”. Y el tipo le dijo: “Bueno, entrá y hacé lo que sabés”.
Entró corriendo como si fuera su primer Carlos Pelegrini. Con la primera pelota que agarró dejo a dos por el camino y casi la clava en el ángulo. El Chino parecía una pulga picoteando el lomo de un perro enorme.
Lo segunda pelota que tocó trató de tirar uno de esos caños que tan bien le salían en la canchita, la pelota pasó pero a él lo desparramaron por el pasto. Después trato de tirar un sombrero y un codazo lo descalificó. El técnico empezó a ponerse nervioso.El Chino seguía con su juego, tiró un taquito en el área y no lo entendió nadie, después quiso probar una rabona y lo barrieron como si fuera una planta de choclo en tiempo de cosecha. Nuestro crack parecía un poeta romántico en medio de un cabaret. Y la barra, detrás del alambrado. No nos atrevíamos ni a mirarnos entre nosotros.
El entrenador agarrándose la cabeza empezó a los gritos : “Pibe, ¡veni para acá!” Lo tomó de los hombros y le dijo serio: “Nene, vos no estás acá para tirar cañitos, ni sombreritos, ni rabonas, ¿entendés? Estás para jugar al fútbol, así que deja de hacer pavadas y jugá al fútbol”.
Vimos en los ojos del Chino un brillo que conocíamos bien. Entró corriendo a la cancha y como si fuera un caballero medieval en rescate de su amada, tomó la pelota con la mano y la revoleó para donde estábamos nosotros. Después cruzó el alambrado bajo la mirada atónita de todos los presentes y sacándose la camiseta nos dijo: “Vamos, antes de que nos ocupen la canchita”.El hombre del auto negro quedó con la boca entreabierta y el de voz chillona le gritó: “Che, pibe, ¿adónde te creés que vas?”Y el Chino, nuestro amigo, corto como siempre le contestó: “A jugar al fútbol.” Ese fútbol que sabia jugar él y que estos tipos parece que no conocían.
Llegamos al barrio cuando ya oscurecía y nos sentamos como siempre en las escaleras. El auto negro no apareció nunca mas por el barrio y al día siguiente la canchita se volvió a llenar de zapatillas gastadas, pero esta vez con pelota nueva. Esa que nos regaló el Chino el día en que lo probaron en el "clú" grande.
1 comentarios:
Excelente!!
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