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sábado, 25 de agosto de 2012

La Mancha-Caño

Apenas sonaba el timbre del recreo, casi todos salíamos corriendo como locos hacia una de las esquinas del patio, muy cercana a nuestro aula. En ese vértice se erigía desde el piso hasta el techo un caño de desagüe de unos 30 centímetros de diámetro pintado de amarillo brillante. Lo único que me importaba era llegar entre los primeros para sujetarme bien fuerte de su áurea estructura con manos y piernas, como si mi vida dependiera de ello. Mi cuerpo se volvía una serie de candados de acero y, sobre todo, un eslabón más de una cadena de niños que se engarzaba a partir del caño para darle inicio a la mancha que llevaba su nombre.

La Mancha-Caño era sin dudas el juego más intenso que los chicos de primaria podíamos compartir todos los días. El que llegaba último a agarrarse del Caño -o de otra persona, o de dos personas a la vez, o de lo que fuese- tenía la desgracia de ser la Mancha y su objetivo entonces era el de desprender uno por uno a los que conformábamos aquella maraña humana. Pero lo más inquietante del juego consistía en que quienes eran separados se convertían también en Mancha, es decir, cambiaban inmediatamente de equipo. En consecuencia, poco a poco las fuerzas se iban nivelando hasta que volvían a desequilibrarse pero en favor de las Manchas, que ganaban la partida recién cuando separaban del Caño al último que quedaba aferrado.

Recuerdo que muchas veces no podía llegar entre los primeros. Todavía puedo distinguir en mi memoria el esfuerzo en los rostros de mis compañeros al desvivirse por eternizar aquel enlace solidario. Aún permanece en mi espalda el escalofrío de convertirme en el último jirón de la red humana, en el próximo objetivo de las Manchas perseverantes, e incluso de quien hasta hacía un instante se agarraba de mí desesperadamente porque era su última esperanza.

¿Cómo no trazar ahora a la distancia innumerables analogías? ¿Cómo no reflejar en cada recreo a la sociedad entera? ¿Con cuánto denuedo las clases más bajas hacían lo imposible para escalar posiciones y, por qué no, llegar a rasguñar algo del metal dorado que tanto atesoraban las clases más altas? ¿Por qué tarde o temprano comprendíamos que todos resultábamos indispensables a la hora de resguardar lo que habíamos logrado? ¿Cuánta importancia tenía entonces que nadie se quedara fuera del sistema? ¿En qué otro juego el Capitalismo y el Socialismo podían representarse con tanta fidelidad?

Pasó el tiempo, y con los años me llegó el turno de acceder a la tan anhelada canchita de fútbol (la de verdad, no las que inventábamos en cualquier lado) y también a la elegante mesa de ping-pong de mi escuela primaria. Vinieron juegos nuevos y algunos otros fueron quedando de lado. Pero jamás hubo ninguno como la Mancha-Caño. Nunca me sentí tan desesperado por formar parte de un equipo, ni hice tanto por incorporar a quienes deseaban unirse al mío.

He tirado infinidad de paredes en fútbol, he realizado muchísimas cortinas en básquet y varias veces me he ido al mazo en tercera con el ancho de espadas sabiendo que mi pareja se guardaba el de bastos para rematar al final. Sin embargo, en ningún juego me sentí más hermano de mis compañeros que en la Mancha-Caño. No sé quién fue el genio que la inventó, pero no encuentro otra manera de agradecérselo con todo mi corazón. Así aprendí cómo el interés individual puede fusionarse con el colectivo para constituir un poderío magnánimo e incomparable. Ahí, en esa inolvidable esquina del patio de mi escuela primaria, ayudar al otro era incluso mejor que ayudarse a sí mismo.

lunes, 7 de marzo de 2011

La moral y las obligaciones

Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol. Lo que aprendí con el equipo de la Universidad de Argel no puede morir. Preservémoslo. Preservemos esta gran y digna imagen de nuestra juventud.

Albert Camus

domingo, 28 de febrero de 2010

Manu Ginóbili

Se sabe que si algo destaca a Manu en el mundo del básquetbol es que hace lo que sea necesario para ganar un partido: anotar, bajar rebotes, robar pelotas, asistir a sus compañeros. Este bloqueo descomunal en el desenlace de un partido cerrado no hace nada más que confirmarlo.

domingo, 7 de febrero de 2010

Ese instante antes de empezar

El principio de una nueva temporada, la apertura inicial de un libro, el primer día de clases, descubrirse perdidamente enamorado, el comienzo de un partido, la llamada que confirma un nuevo empleo, el arranque del motor antes de que la luz se ponga verde, el ingreso a una sala de parto, entre tantos otros, son instantes sencillamente invaluables. Parecidos, aunque incomparables entre sí. Eternos y fugaces al mismo tiempo. Sin dudas, son los que le dan sentido a nuestras vidas, los que nos ponen en la mano la pluma humedecida con la tinta indeleble que escribirá nuestra historia. Todos, naturalmente, anhelamos con todo el corazón vivir -o incluso volver a vivir- alguna de estas deliciosas experiencias al adivinar que quizás no se encuentren a la vuelta de nuestra cotidiana esquina.
Sin embargo, muchas veces preferimos la tranquilidad que nos brinda lo seguro, lo inmodificable para bien o para mal. Resulta muy saludable mirar hacia atrás para ver desde otro lado el camino recorrido, aunque a veces ese parate también nos hace dar cuenta de lo mucho que nos costó transitarlo. En realidad, la del pájaro en la mano no es tan mala idea, después de todo. Se necesita mucho coraje para echarlo a volar, con la esperanza de que la suerte haga caer la bolilla exactamente en el casillero elegido, y no en el de al lado.
Por eso, ahora, cuando el árbitro se lleva a la boca el silbato para dar el pitazo inicial, quiero ponerme de pie y levantar la copa por los que arriesgan lo poco que tienen sabiendo que tienen mucho para perder. Por los que desatan una carcajada en la mismísima cara del miedo. Por los que disfrutan por anticipado de esos pequeños milagros que suceden de tanto en tanto, por los que se levantan con la certeza de que el día que tienen por delante no va a ser como los demás, por los que se dan el lujo de sentir ese incomparable cosquilleo en todo el cuerpo, justo en ese instante antes de empezar.

jueves, 31 de diciembre de 2009

Igual nos divertimos

Las páginas que siguen están dedicadas a aquellos niños que una vez, hace años, se cruzaron conmigo en Calella de la Costa. Venían de jugar al fútbol, y cantaban:
Ganamos, perimos,
igual nos divertimos.
Eduardo Galeano

lunes, 30 de noviembre de 2009

Zico



Se ha dicho casi todo acerca de este jugador de fútbol, y casi todo ha resultado insuficiente para definirlo. Aquí sólo diremos que la música empezaba a sonar apenas la pelota llegaba a sus pies. Zico cada día juega mejor.

domingo, 15 de noviembre de 2009

"El patio de las pelotas perdidas", de Alejandro Dolina

Los demonios ladrones andan merodeando cerca de las canchas. Cuando la pelota se va lejos, la ocultan entre los yuyales o en las zanjas para que los jugadores no puedan encontrarla. Ya en la noche, llevan las pelotas perdidas a un patio secreto.
Los demonios realizan además acuerdos infames con vecinos chúcaros. Y en las madrugadas recorren techos, canaletas y terrazas para comprobar su despojo.
Nadie lo sabe, pero en el patio están todas las pelotas perdidas: duras reliquias con tiento, flamantes cueros profesionales, humildes "Pulpo' de goma, infames bolas de plástico que doblan en el aire, ásperas veteranas que han conocido mil costurones.
Un día entre los días vendrá del sur un duende bienhechor que ha de sacar las pelotas cautivas para devolverlas a sus dueños. Y todos sentirán la emoción de revivir viejos piques olvidados.

viernes, 13 de noviembre de 2009

La Pared

El balón nos gusta a todos, pero compartirlo es una necesidad. Por eso los chicos cuando no encuentran amigos se consuelan con una pared, siendo la pared la ùnica sincera en los partidos silvestres.
Si todo pase sirve para comunicar, la pared es un diálogo perfecto, puesto que es pregunta con respuesta.
Jorge Valdano

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Dennis Rodman

Meter 34 puntos en un partido de NBA es digno de aplauso, sobre todo para un jugador netamente defensivo como El Gusano. Bajar 34 rebotes en un solo encuentro, una hazaña que asoma la estrella de Rodman en el firmamento eterno del básquetbol mundial, donde fulguran mitos irrepetibles como Wilt Chamberlain, Bill Russell y Moses Malone.

jueves, 29 de octubre de 2009

"Abrazos de lluvia y fútbol", de Ariel Scher

En las tardes de infancia en las que acechaban tormentas que asustaban a las madres, y en los anocheceres de adolescencia durante los que temporales fieros conquistaban al mundo, y en los desafíos de adultez en los que mil nubes se rompían con una fuerza de nunca acabar, los amigos del barrio del Gordo ni se cubrían ni se escapaban ni se espantaban. Al contrario, repetían un ritual de risa y de fiesta: jugaban al fútbol con el alma y metían goles. En especial eso: cada vez que hacían uno, se juntaban todos y, además de abrazarse entre ellos, abrazaban a la lluvia.
Lo reveló durante un sábado de amagues de lluvia el propio Gordo en su paso habitual por el Bar de los Sábados, ese escenario de gentes que creían en los buenos saques de arco y en existir con honor. “Abrazaban a la lluvia porque la lluvia era compañera y a los compañeros se los abraza- explicó el Gordo-, pero, sobre todo, ese abrazo era para la naturaleza entera”. El Gordo detuvo su relato y trató de detectar, a través de las ventanas envejecidas del Bar de los Sábados, si vendría lluvia. Luego completó: “La naturaleza, qué maravilla”.
El Gordo contó, entonces, que sus amigos del barrio saludaban al sol en las finales que tenían sol, conversaban con el viento cuando el viento daba vueltas entre los mediocampistas y los delanteros, y le preguntaban por la salud de sus hojas y por el verde de sus copas a los árboles que, a los costados de las canchas, funcionaban como testigos de partidos que no conseguían otro público. Con el Bar de los Sábados en estado de sorpresa, el Gordo añadió otra historia de quiénes eran sus amigos y cuánto valoraban todo lo que los rodeaba: en las situaciones de mayor emoción futbolera, un amigo, acaso el más cariñoso, apoyaba las rodillas en el suelo, bajaba la boca y le daba un beso a la tierra.Un trueno módico sonó a la distancia y el Gordo se sintió tan convencido de que iba a llover como de que algún día en la humanidad habría más justicias que injusticias. “Lluvia... - avisó-; disculpen que esta vez los deje, pero me voy a ver jugar a mis amigos del barrio”. En el Bar de los Sábados, antes de que se fuera, lo vieron partir entusiasmado. No podía ser de otro modo. En el misterio de la lluvia, en la pasión del fútbol y en el corazón de los amigos siempre habita un abrazo posible. Es el abrazo a la vida.

domingo, 25 de octubre de 2009

El Juego y el Azar

Jugar bien es achicar el margen de azar que tiene el fútbol.
Marcelo Bielsa

domingo, 18 de octubre de 2009

Efren Reyes

En el Pool de Bola 9 generalmente hay que meter desde la bola 1 hasta la 9 en estricto orden para ganar la partida. Sin embargo, también se puede tocar primero la 1 para que ésta a su vez toque a la 9 y así tratar de ganar más rápido. A veces, algunos jugadores juegan a la defensiva al esconder la bola blanca de la que en ese momento hay que tocar obligatoriamente en primera instancia. Efren "El Mago" Reyes intenta hacer esto, pero cae preso de su propia trampa porque en su tiro emboca sin querer una bola y entonces debe tirar de nuevo.

El truco se presenta después de un poco de clásico misterio, aunque lo mejor de este video está al final. La Magia que brota de Reyes resulta tan increíble que genera la admiración de los fanáticos del pool, de quienes nunca lo han jugado e incluso de sus rivales de turno.

domingo, 11 de octubre de 2009

"El ídolo", de Eduardo Galeano

Y un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo del fútbol. Nace en una cuna de paja y choza de lata y viene al mundo abrazado a una pelota.
Desde que aprende a caminar, sabe jugar. En sus años tempranos alegra los potreros, juega que te juega en los andurriales de los suburbios hasta que cae la noche y ya no se ve la pelota, y en sus años mozos vuela y hace volar en los estadios. Sus artes malabares convocan multitudes, domingo tras domingo, de victoria en victoria, de ovación en ovación.
La pelota lo busca, lo reconoce, lo necesita. En el pecho de su pie, ella descansa y se hamaca. Él le saca lustre y la hace hablar, y en esa charla de dos conversan millones de mudos. Los nadies, los condenados a ser por siempre nadies, pueden sentirse álguienes por un rato, por obra y gracia de esos pases devueltos al toque, esas gambetas que dibujan zetas en el césped, esos golazos de taquito o de chilena: cuando juega él, el cuadro tiene doce jugadores.
-¿Doce? ¡Quince tiene! ¡Veinte!
La pelota ríe, radiante, en el aire. Él baja, la duerme, la piropea, la baila, y viendo esas cosas jamás vistas sus adoradores sienten piedad por sus nietos aún no nacidos, que no las verán.
Pero el ídolo es ídolo por una rato nomás, humana eternidad, cosa de nada; y cuando al pie de oro le llega la hora de la mala pata, la estrella ha concluído su viaje desde el fulgor hasta el apagón. Está ese cuerpo con más remiendos que traje de payaso, y ya el acróbata es un paralítico, el artista una bestia:
-¡Con la herradura no!
La fuente de la felicidad pública se convierte en el pararrayos del público rencor:
-¡Momia!
A veces el ídolo no cae entero. Y a veces, cuando se rompe, la gente le devora los pedazos.

domingo, 4 de octubre de 2009

Las Tácticas y los Jugadores

En las tácticas creen mucho más los que no han jugado que quienes hayan jugado al fútbol. Quienes jugaron al fútbol creen en los jugadores.
Dante Panzeri

miércoles, 30 de septiembre de 2009

El Arte del Control del Balón

Este video está titulado “Art of Ball Control” (el Arte del Control del Balón) y no me parece casual que sus iniciales sean “ABC”, porque lo más básico suele ser también lo más importante. Si tenés 4 minutos, no lo dudes.

lunes, 28 de septiembre de 2009

"El último entrenador", de Juan Sasturain

Me lo encuentro de casualidad el sábado en Adrogué, en el cumpleaños de la hijita de un amigo. Salta el apellido que es raro, poco frecuente, y enseguida asocio a ese viejo, ese abuelo materno sentado casi de regalo a un costado de la mesa puesta en el extremo del living, con los recuerdos de infancia.
De las figuritas, no. No es un jugador pero es un nombre y una vaga cara del fútbol. Aprovecho que los pibes se van al patio a devastar lo que queda de un jardín con más calas que pensamientos y le busco la memoria con una pregunta respetuosa, como tocar a un oso despeluchado con un palo a través de las rejas:
-Su apellido me suena -le digo mientras nuestras manos convergen sobre la fuente de masitas-. Lo asocio con el fútbol de los cuarenta y cincuenta, cuando yo era chico, ¿Puede ser?
Tras un momento me confirma que sí, que es él, y el reconocimiento al que no está acostumbrado lo ilumina un poco, apenas, como las velitas de esa torta de nena, sin jugadores, que espera en medio de la mesa.
-Ya nadie se acuerda.
-No crea.
Nos trenzamos a charlar y no sé bien cómo pero al rato, mientras los otros destapan botellas, nosotros estamos en el dormitorio -porque esa es su casa, la de siempre- destapando una caja de alevosos recuerdos.
-Ese año que usted dice salimos campeones -revuelve, encuentra-. Fíjese, acá estoy yo.
Y me señala lo evidente, lo alevoso de su figuración. Es la foto de una revista y él está parado a un costado, el penúltimo de la fila de arriba, entre un colado habitual y un marcador de punta de los que todavía no se llamaban así.
-Qué pinta.
Tiene bigotitos, el jopo tieso de Gomina o Ricibrill y una E bien grande de pañolenci pegada -acaso con broches- en medio del pecho. El rompevientos -así se llamaban los inevitables buzos azules de gimnasia de entonces- está algo descolorido y los pantalones abombachados se le ajustan a la cintura un poco demasiado arriba, le dan un aire ridículo. El equipo, los colores del equipo que enfrenta a la cámara en dos niveles -atrás y de pie, la defensa; abajo y agachados los delanteros del siete al once, y el nueve con la pelota-, no importa demasiado ni viene al caso. Pero la cancha está llena.
-Linda foto -digo, porque es linda foto en serio.
-Psé.
Me muestra otra parecida de esa época, de un diario, y después otra más, posterior, coloreada a mano al estilo fotógrafo de plaza. Ya el equipo es otro y las tribunas detrás, mucho más bajas. El rompevientos -es el mismo, estoy seguro de que es el mismo- está un poco más descolorido.
Pone las tres fotos en fila y me dice, me sorprende:
-No estoy.
-Cómo que no.
Y por toda respuesta, contra toda evidencia, pone el dedo en el epígrafe, va de jugador en jugador, de nombre en nombre, y el suyo en todos los casos brilla -como el Ricibrill- por su ausencia.
-No era costumbre, supongo -y me siento estúpido.
-No era el tiempo, todavía -recuerda sin ira.
-Claro.
Él sigue revolviendo, elige y me alcanza. Y yo pienso que ese hombre de destino lateral, anónimo adosado al margen del grupo de los actores con una E grotesca en el uniforme de fajina era casi, para entonces, como un mecánico junto al piloto consagrado, o como el veterano de nariz achatada que se asoma al borde del ring junto al campeón. Su lugar estaba ahí, al ras del pasto; su función se acababa entre semana.
-No era el tiempo todavía -repite.
Y sabe que llegó empírico y temprano y se metió de costado en la foto en que salió borrado.
-En esa época había pedicuros, dentistas, porteros... -dice de pronto con extraño énfasis-. Era el nombre de lo que hacían. Ahora les dicen podólogos, odontólogos, encargados... Esas boludeces, como si fuera más prestigioso... Y yo era entrenador.
-No director técnico.
-Pts... Ni me hable, por favor... -y se le escapa cierta furia sorda, muy masticada.
-No le hablo. Tiene razón.
Compartimos en silencio certezas menores, módicos resentimientos.
-Vinieron con la exigencia de diploma -dice de pronto.
-Claro.
Me sumo a su fastidio y de ahí saltamos a desmenuzar los detalles, el contraste: el banquito con techo, el verso táctico, el vestuario aparatoso y la pilcha elegida para salir el domingo, esa que nunca se puso. Cuando quiero atenuar tanta simpleza sin lastimarlo, se me adelanta:
-Le digo: no se lo cambio.
-Le creo.
En eso, los primeros padres que vienen a recoger a sus niños irrumpen en el dormitorio y entre disculpas se llevan los pulóveres, las camperas apiladas sobre la cama grande. Entra la mujer de mi amigo, incluso.
-Ah, papá... estabas acá -y suspira como si encontrarlo en una casa de tres habitaciones fuera un trabajo-. Y siempre con esas cosas viejas. Sabés que no te hace bien.
Ella me mira como si yo tuviera alguna culpa que sin duda tengo y se lo lleva, lo saca de la vieja cancha despoblada para que vaya a saludar a alguien que se va o se sume para la foto con la nieta que -lo sé- no le interesa. El veterano me mira resignado.
-Ha sido un gusto.
Asiente y se lo llevan. Apenas se resiste.
Me quedo solo y guardo las viejas revistas que han quedado abiertas sin pudor ni consuelo. No es cuestión de que cualquiera meta mano ahí. Después busco mi propio abrigo y escucho los ruidosos comentarios del living. Me imagino que para las fotos familiares el viejo se debería poner una remera grande con la letra A de Abuelo, para que al menos alguno pregunte quién es.Pero no me quedo para verificarlo. Me basta con sentir o imaginar que he conocido al último entrenador.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Roger Federer

La Gran Willy, por el Gran Roger, en plena semifinal del US Open. Es muy probable que Federer desdibuje en su memoria varios de los innumerables torneos que ha ganado antes de olvidar esta jugada.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Mendigo de Buen Fútbol

Han pasado los años, y a la larga he terminado por asumir mi identidad: yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico: “Una linda jugadita, por el amor de Dios”. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece.
Eduardo Galeano

viernes, 11 de septiembre de 2009

“El Monito”, de Roberto Fontanarrosa

A Osvaldo Ardizzone.
Llore Monito, llore. Usted puede. A usted se le permite, que no es vergüenza llorar cuando las lágrimas tienen la pureza recóndita de aquello que llega desde el corazón, que no quiere aflojar ante terceros. Tal vez, pibe, tal vez, Monito, son las mismas lágrimas que, años atrás, no tantos quizás, usted tuvo que enjugar con el revés de la mano sucia de tierra en el fondo de la casita del patio con geranios y malvones de barrio Arroyito. Tal vez son las mismas lágrimas vertidas por la rabia, la impotencia, la vergüenza, ante el coscorrón justiciero de su viejita laburante cuando usted no llegaba a la hora establecida para tomar la leche.
¿Cómo iba a entender su madre, Monito, aquel cariño entrañable por la pelota de fútbol, que lo mantenía lejos de la casa, demorado, en ese romance infantil con la de cuero, en los yuyales sabios del campito que no sabía de redes ni de cal, tras de la vía? ¿Cómo podía entender su viejo, pibe, su viejo, don Telmo, el genovés terco de canzonetta y nostalgia, su noviazgo purrete con la de gajos y ese lenguaje dulcemente nuestro de los túneles, la pisada, el chanfle, los taquitos y la rabona? Porque no era, no, una piba quinceañera, rubia y pizpireta, de ojos celestes como los de la pulpera de Santa Lucía, lo que a usted le impedía volver en el horario, a gritos reclamado por su madre. No era, no, Monito, el despertar púber del primer amor enredado en los últimos giros de un trompo o en la galleta enojosa del hilo de un barrilete, el que lo hacía terminar los deberes de la escuela a las corridas y escapar luego, gorrión ansioso, pájaro encendido, hacia la complicidad abierta de la calle, el griterío alborozado de los pibes y el llamado seductor de un taconeo. No, Monito, lo suyo era más simple, como son simples las cosas que nacen del corazón y eluden las frías especulaciones de la mente. No. Lo suyo era tan sólo la caricia tierna de la capellada de su botín zurdo en la pelota, el toque, la volea, la suela que aprieta el fútbol indócil y lo convence, lo persuade, lo amaestra. Lo suyo era el amague, el pique corto, el freno seco, y el pecho amigo para que allí se durmiera la bella amada cuando caía desde el cielo como un globo cansado de volar sin rumbo cierto. ¡Mire qué fácil, pibe, que era aquello! De la misma forma en que el amor, el puro amor, se presenta, florece y crece como una flor nocturna, como un clavel del aire brotado en la luminosidad escasa de un pasillo, así creció en usted el sortilegio. Nadie le enseñó, como no se enseña el dolor ni la paciencia, ni se sabe de dónde surge el gusto por silbar o el de hablar bajo. Usted ya lo traía impreso, se lo digo, quizás desde el fondo de la historia de ese barrio que ha visto nacer a tantos ídolos y guarda en el aire la vibración, el eco, el reverbero de mil goles gritados en la tarde, atronando el cemento, quebrando la quieta y asombrada calma de su río. O lo aprendió como se aprenden estas cosas, mirando a los demás, tratando de atrapar con ojos asombrados el misterio metafísico del chanfle, la secreta ley física que hace que el balón vaya hacia allá y dé una vuelta. Por eso, por todo eso, pibe, no se inquiete si lo ven aflojar y su mirada se empaña como el cristal de una ventana cuando recibe el tamborileo sonoro de la lluvia. No. Llore Monito, llore. Usted puede. A usted se le permite.
Así lo soñó usted tal vez, un día, allá, aferrado a la almohada confidente de su cama, en la casita del patio con geranios y malvones, alguna de esas noches de verano cuando el calor aprieta y el sueño viene:
Ya está el mago de varita presta. Ya está el ilusionista sutil que hace creer en cosas que no existen y miente que en el dorso de su mano se ocultan pañuelos, palomas y barajas. Está en el medio de la cancha y su eterna enamorada, la pelota, parece que se ha ido y está inmóvil, simula emprender vuelo y no se aleja, o bien hace creer que se le escapa pero vuelve bajo la presión apenas ruda de la suela. Ahora el estadio enmudece, el mago muestra el juego. El Monito arranca y empieza el toque, el pelotazo sabio, el amague que argumenta una cosa y dice otra. De la zurda precisa del insider brotan conejos, luces multicolores, toques lujosos, las dos cortas sabidas y una larga, la cabeza alta, el ojo inquieto. El público se deleita. Ya la metió de nuevo bajo el pie, la mostró, “ahí la tenés, es tuya” ha dicho, pero no está más, la sacó, la puso en otro lado, la cambió de lugar, la amarreteó de nuevo. Allá está el compañero, el wing derecho, no lo ha visto, pero gira y le pone el pelotazo desde cuarenta metros, en el pecho. Sólo faltan los clarines, los clarines, las fanfarrias, el galope incesante de los corceles blancos girando en torno de la cancha y las ecuyeres de pie sobre sus ancas.
Así lo soñó usted, tal vez, un día, Monito. Ya el espectáculo termina y, a pesar de la magia del insider, a pesar de sus moñas y regates, pibe, a pesar de las cuatro pelotas de gol que usted puso en los pies del centrofoward, el partido se agosta en la chatura aburrida del empate. Pero faltaba, nomás, la carcajada. El cierre magistral, la pincelada justa que el artista deposita por fin sobre la tela e ilumina el azul, aviva grises y ruboriza la macilencia de los sepias. Faltaba nomás, la carcajada. Ese balón que llega de atrás, como un balazo. El pecho receptor del entreala tan afecto a refrenar, mullido, el rebote previsto de la bola. Ya empieza la danza, el giro sobre un pie para enfrenta el arco y el resbalar mansamente de la globa del pecho a la rodilla y de allí al suelo. Allí, en la temible ferocidad del área, allí, donde la puerta de las dieciocho se convierte en muralla pertrechada, donde hay piernas, codos, tapones alevosos y guadaña, allí la puso en el piso el entreala. Allí, en esa media luna, en lo que algunos llaman la empanada, allí donde uno se olvida de la novia, del primer amor, de lo aprendido en la escuela, de la Vieja, “vení conmigo” le dijo el Monito a su amiga del alma. Y se metió en el área con pelota dominada.
No sé si hubo un caño o fueron cuatro. Quebró la cintura, pisó el cuero, pareció en un momento que pateaba, se le vinieron dos, se cerró el cuatro pero el Monito la llevaba atada.
Tal vez ya no me acuerdo, decime vos si miento, pero quedó frente al arquero y la puso en un rincón, de cachetada. No el cachetazo mordaz, el del reproche, sino el empujón cordial, el que te aprueba, la palmada que se le da a un pibe y se le dice “cruzá que yo te miro”. La pelota entró pidiendo permiso y ni tocó la red de puro cauta. Luego, el pibe se fue hasta su tribuna y adentro de su puño apretó el gol, lo abrió de golpe y fue otra vez paloma y carcajada.
Llore Monito. Así lo soñó usted tal vez un día, en la casa de malvones y geranios del barrio Arroyito. Y se quedó en sueño nomás, no se dio nunca.
—¡Tan bueno que parecía de purrete! Nunca llegó a jugar ni en la tercera. Y en el equipo que se arma en la oficina a veces lo ponen un rato y otras, nada. Está gordo, pibe, algo pelado. Y me han dicho que ni va a la cancha.

lunes, 31 de agosto de 2009

Morris Peterson

No cantes victoria antes de gloria. No te des por vencido ni aun vencido.

viernes, 21 de agosto de 2009

Un Deporte Universal

El fútbol es un deporte universal que ejerce una atracción masiva porque permite una participación sin exclusiones de tipo físico. En fútbol, el único criterio para medir a un aspirante es el talento, una facultad que no se puede determinar a priori con relojes o cintas métricas. Un gordo bajito que le pega con una sola pierna y no salta a cabecear puede ser Puskas, Sívori o Maradona.
César Luis Menotti

domingo, 16 de agosto de 2009

Norm Duke

Como suele pasar en muchos otros deportes, una buena bola lenta puede ser letal.

domingo, 9 de agosto de 2009

"El intermediario y el Chino", de José Pascual

Un hombre alto, de anteojos oscuros y fino traje, bajó del imponente auto negro y se paró justo sobre el costado de la canchita. Levantando la mano, adornada de gruesos anillos brillantes, pidió al Chino que se acercara.
El Chino era el crack del barrio, todos querían jugar con él. Hasta me acuerdo de un día que suspendimos el desafío con los pibes del otro monoblock porque el Chino estaba enfermo. Había otros para jugar, pero tener al Chino era victoria segura y nosotros no queríamos bancarnos justo a los de torre 15 gastándonos hasta el próximo partido.
En el momento que el hombre encendía un cigarrillo largo, el Chino se acercó.
El hombre con sonrisa de propaganda le dijo mirándolo: “Pibe, ¿nunca pensaste en jugar al fútbol?”.
El Chino se encogió de hombros, como diciendo: “¿Y qué estoy haciendo?”
El hombre de fino traje completó la pregunta rápidamente: “Profesionalmente, digo. Un pibe con tu talento está para cosas mayores. A vos te esperan las grandes hinchadas, la buena vida, los mejores restoranes, autos importados, los periodistas de todo el mundo peleándose por una foto tuya”.
El Chino se secaba la cara con la remera mientras el hombre le seguía hablando de las maravillas que su lámpara mágica podía conceder.
-Te vas a llenar de guita pibe. Con tu talento y mis influencias vamos a llegar muy alto.
El tipo siguió parloteando un rato largo, pero creo, conociéndolo al Chino, que recién lo convenció cuando le dijo que iba a jugar con esos que salían en las figuritas redondas.
-La semana que viene vengo y te llevo al club para que empieces a entrenar.
No me voy a olvidar nunca de ese día, nosotros fuimos todos a ver el entrenamiento. El Chino llegó en el auto negro con el hombre de traje y le presentó al que seria su entrenador. Un señor petiso y de voz chillona que le dio una remera brillosa y le dijo que se ponga a correr alrededor de la cancha.
Cuando ya nos estabamos aburriendo de verlo correr, el hombre que le dio la remera lo llamó y le preguntó de que jugaba. El Chino, corto como siempre, respondió: “De lo que sea”. Y el tipo le dijo: “Bueno, entrá y hacé lo que sabés”.
Entró corriendo como si fuera su primer Carlos Pelegrini. Con la primera pelota que agarró dejo a dos por el camino y casi la clava en el ángulo. El Chino parecía una pulga picoteando el lomo de un perro enorme.
Lo segunda pelota que tocó trató de tirar uno de esos caños que tan bien le salían en la canchita, la pelota pasó pero a él lo desparramaron por el pasto. Después trato de tirar un sombrero y un codazo lo descalificó. El técnico empezó a ponerse nervioso.El Chino seguía con su juego, tiró un taquito en el área y no lo entendió nadie, después quiso probar una rabona y lo barrieron como si fuera una planta de choclo en tiempo de cosecha. Nuestro crack parecía un poeta romántico en medio de un cabaret. Y la barra, detrás del alambrado. No nos atrevíamos ni a mirarnos entre nosotros.
El entrenador agarrándose la cabeza empezó a los gritos : “Pibe, ¡veni para acá!” Lo tomó de los hombros y le dijo serio: “Nene, vos no estás acá para tirar cañitos, ni sombreritos, ni rabonas, ¿entendés? Estás para jugar al fútbol, así que deja de hacer pavadas y jugá al fútbol”.
Vimos en los ojos del Chino un brillo que conocíamos bien. Entró corriendo a la cancha y como si fuera un caballero medieval en rescate de su amada, tomó la pelota con la mano y la revoleó para donde estábamos nosotros. Después cruzó el alambrado bajo la mirada atónita de todos los presentes y sacándose la camiseta nos dijo: “Vamos, antes de que nos ocupen la canchita”.El hombre del auto negro quedó con la boca entreabierta y el de voz chillona le gritó: “Che, pibe, ¿adónde te creés que vas?”Y el Chino, nuestro amigo, corto como siempre le contestó: “A jugar al fútbol.” Ese fútbol que sabia jugar él y que estos tipos parece que no conocían.
Llegamos al barrio cuando ya oscurecía y nos sentamos como siempre en las escaleras. El auto negro no apareció nunca mas por el barrio y al día siguiente la canchita se volvió a llenar de zapatillas gastadas, pero esta vez con pelota nueva. Esa que nos regaló el Chino el día en que lo probaron en el "clú" grande.

martes, 4 de agosto de 2009

Artistas

El fútbol es una representación teatral en la que nunca se sabe dónde está el nudo de la obra, y tiene –como en la vida– suspenso hasta el final. A veces llega como el viento un gol a favor o un gol en contra. ¿Quién puede saberlo? El hombre de fútbol es un actor y un artista. Creo que es cierto que ser artista es atreverse a fracasar.
Jorge Valdano

miércoles, 29 de julio de 2009

Falcao - Futsal

Para los muchos que disfrutamos del fútbol de salón jugándolo con amigos, compañeros de trabajo y perfectos extraños. Un excelente aporte de Mariano, que se la pasa trabajando, comiendo y durmiendo en esos ratos libres en los que no está jugando al fútbol. Muchas gracias.

sábado, 25 de julio de 2009

"El referí demasiado justo", de Alejandro Dolina

El colorado De Felipe era referí. Contra la opinión general que lo acreditó como un bombero de cartel, quienes lo conocieron bien juran que nunca hubo un árbitro más justo. Tal vez era demasiado justo.
De Felipe no sólo evaluaba las jugadas para ver si sancionaba alguna infracción: sopesaba también las condiciones morales de los jugadores involucrados, sus historias personales, sus merecimientos deportivos y espirituales. Recién entonces decidía. Y siempre procuraba favorecer a los buenos y castigar a los canallas.
Jamás iba a cobrarle un penal a un defensor decente y honrado, ni aunque el hombre tomara la pelota con las dos manos. En cambio, los jugadores pérfidos, holgazanes o alcahuetes eran penados a cada intervención. Creía que su silbato no estaba al servicio del reglamento, sino para hacer cumplir los propósitos nobles del universo. Aspiraba a un mundo mejor, donde los pibes melancólicos y soñadores salen campeones y los cancheros y compadrones se van al descenso.
Parece increíble. Sin embargo, todos hemos conocido árbitros de locura inversa, amigos o lacayos de los sobradores, por temor a ser sus víctimas. Inflexibles con los débiles y condescendientes con los matones. Una tarde casi lo matan en Ciudadela. Los Hombres Sensibles de Flores lamentaron no haber estado allí, para hacerse dar una piña en su homenaje.

miércoles, 22 de julio de 2009

Grégory Coupet

Muy pocos jugadores de fútbol han sido homenajeados con una estatua. En algún caso aislado a un entrenador se lo ha reconocido con un busto tras una histórica campaña. Este arquero merece un monumento sólo por esta doble atajada increíble .

sábado, 18 de julio de 2009

Los Pibes

Los pibes que tienen potrero se acostumbran a competir con los más grandotes, por edad y por físico. Saben ganarles por vivos, escurridizos y veloces. Tienen lo más importante: mamaron desde chicos la esencia de este juego, que obliga a luchar pero que fundamentalmente exige jugar.

Juvenal

sábado, 4 de julio de 2009

"Obdulio", de Eduardo Galeano

Yo era chiquilín y futbolero, y como todos los uruguayos estaba prendido a la radio, escuchando la final de la Copa del Mundo. Cuando la voz de Carlos Solé me transmitió la triste noticia del gol brasileño, se me cayó el alma al piso. Entonces recurrí al más poderoso de mis amigos. Prometí a Dios una cantidad de sacrificios a cambió de que Él se apareciera en Maracaná y diera vuelta el partido.Nunca conseguí recordar las muchas cosas que había prometido, y por eso nunca pude cumplirlas. Además, la victoria de Uruguay ante la mayor multitud jamás reunida en un partido de fútbol había sido sin duda un milagro, pero el milagro había sido más bien obra de un mortal de carne y hueso llamado Obdulio Varela. Obdulio había enfriado el partido, cuando se nos venía encima la avalancha, y después se había echado el cuadro entero al hombro y a puro coraje había empujado contra viento y marea. Al fin de aquella jornada, los periodistas acosaron al héroe. Y él no se golpeó el pecho proclamando que somos los mejores y no hay quien pueda con la garra charrúa: —Fue casualidad— murmuró Obdulio, meneando la cabeza. Y cuando quisieron fotografiarlo, se puso de espaldas. Pasó esa noche bebiendo cerveza, de bar en bar, abrazado a los vencidos, en los mostradores de Río de Janeiro. Los brasileños lloraban. Nadie lo reconoció. Al día siguiente, huyó del gentío que lo esperaba en el aeropuerto de Montevideo, donde su nombre brillaba en un enorme letrero luminoso. En medio de la euforia, se escabulló disfrazado de Humphrey Bogart, con un sombrero metido hasta la nariz y un impermeable de solapas levantadas. En recompensa por la hazaña, los dirigentes del fútbol uruguayo se otorgaron a sí mismos medallas de oro. A los jugadores les dieron medallas de plata y algún dinero. El premio que recibió Obdulio le alcanzó para comprar un Ford del año 31, que fue robado a la semana.

domingo, 28 de junio de 2009

Diego Armando Peligro de Gol

Para los que creen que en un toque, en un caño o en un cambio de frente puede resumirse lo que es el fútbol, un nuevo e invaluable aporte de Diego, quien sin proponèrselo ya es un colaborador permanente de este blog. Muchas gracias.

sábado, 27 de junio de 2009

El Juego y la Cultura

El Juego es más viejo que la Cultura pues, por mucho que estrechemos el concepto de ésta, presupone una sociedad humana, y los animales no han esperado a que el hombre les enseñe a jugar.

Johan Huizinga

jueves, 25 de junio de 2009

Michael Jordan Top Ten


Un video para admirar, para disfrutar, para volverse loco. Para creer que Dios existe, al menos dentro de una cancha de básquetbol.

domingo, 21 de junio de 2009

Carta de Osvaldo Soriano a Eduardo Galeano

Querido Eduardo:

Te cuento que el otro día estuve en el supermercado “Carrefour”, donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. Fui con José Sanfilippo, el héroe de mi infancia, que fue goleador de San Lorenzo cuatro temporadas seguidas. Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos. De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: “Pensar que acá se la clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca”. Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice: “Fue el gol más rápido de la historia”.
Concentrado, como esperando un córner, me cuenta: “Le dije al cinco, que debutaba: no bien empiece el partido, me mandás un pelotazo al área. No te calentés que no te voy a hacer quedar mal. Yo era mayor y el chico, Capdevilla se llamaba, se asustó, pensó: a ver si no cumplo”. Y ahí nomás Sanfilippo me señala la pila de frascos de mayonesa y grita: “¡Acá la puso!”. La gente nos mira, azorada. “La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz, ¿ve?” –me señala el estante de abajo, y de golpe corre como un conejo a pesar del traje azul y los zapatos lustrados–: “La dejé picar y ¡plum!”. Tira el zurdazo. Todos nos damos vuelta para mirar hacia la caja, donde estaba el arco hace treinta y tantos años, y a todos nos parece que la pelota se mete arriba, justo donde están las pilas para radio y las hojitas de afeitar. Sanfilippo levanta los brazos para festejar. Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo.
Osvaldo Soriano

sábado, 6 de junio de 2009

Borges

También al fútbol lo atacó el vacilo de la eficacia y hay quien se atreve a preguntar para qué sirve jugar bien. Resulta tentador contar que un día osaron preguntarle a Borges para qué servía la poesía, y contestó con más preguntas: “¿Para que sirve el amanecer? ¿Para que sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olor del café?”. Cada pregunta sonaba como una sentencia. Sirve para el placer, para la emoción, para vivir.

Jorge Valdano

miércoles, 3 de junio de 2009

Gol de Ibrahimovic

Un caño, un pase, un taco y un gol que da vuelta el partido a diez minutos del final. Pavada de aporte por parte de Andrés, con quien tuve el honor de jugar a hacer radio durante varios años. Muchas gracias.

domingo, 31 de mayo de 2009

El Refugio del Juego

Sería absolutamente injusto si dejara que esta historia comenzara sin evocar a un progama de radio que hace justo 10 años estaba dando sus primeros pasos al aire y que dejó de emtirse a mediados de 2006. “El Refugio del Juego” se llama este programa, y uso el presente y no el pasado porque su espíritu lúdico se mantiene encendido crepitando en mi interior: jugar por jugar, jugar porque sí, el Juego como sinónimo de libertad absoluta y juventud imperecedera, la locura de dos imperfectos extraños que se abrazan en una tribuna con un solo grito, la felicidad en el rostro de un niño que corre detrás de una pelota como si la Tierra no girase, como si el tiempo no existiese. Pero el tiempo existe, para bien o para mal. Una década más tarde -con más panza y menos pelo- por suerte el Juego sigue siendo parte de mi vida, aunque ya no la sana costumbre de compartirlo tan abiertamente. Por eso abro esta puerta, para ir a jugar con vos. Porque no te conozco, y estoy convencido de que no existe ninguna manera mejor de conocerte que a través del Juego. Jugando a hacer un programa de radio tuve el orgullo de compartir el equipo de producción con grandes personas como Juan Pablo Gómez, Sebastián Silva, Sebastián Srur, Mariano Tomé, Patricio Dunckel y Andrés Giglio. Además, pude enriquecerme con la mirada de muchos protagonistas del Juego organizado -hecho deporte- a nivel amateur y profesional. Y como si todo esto fuera poco, cada emisión era culminada con la sonorización de textos escritos por distinguidos e ignotos autores. No hay manera de que toda esta experiencia no me haya signado para formar parte de lo que soy.
Así fue que, diez años después de su primera emisión, decidí que la sección final del programa se constituya como el primer casillero de este tablero indecifrable: cuentos, ensayos y hasta alguna que otra poesía referida al Juego, ése que brilla tanto en la estampa del deportista millonario como en la sonrisa del hijo que se desprende de los brazos de su padre para entregarse sobre la hamaca al misterioso vuelo del viento.

domingo, 24 de mayo de 2009

"Instrucciones para elegir en un picado", de Alejandro Dolina

Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se disponen para jugar, tiene lugar una emocionante ceremonia destinada a establecer quienes integrarán los dos bandos. Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternativamente a sus futuros compañeros.
Se supone que los más diestros son elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos. Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances. El hombre que está esperando ser elegido vive una situación que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el grupo. A lo largo de los años, muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada.
Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector observó que las decisiones no siempre recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.
Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos. Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces. El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.

domingo, 17 de mayo de 2009

"El gol", de Eduardo Galeano

El gol es el orgasmo del fútbol. Como el orgasmo, el gol es cada vez menos frecuente en la vida moderna. Hace medio siglo, era raro que un partido terminara sin goles: 0 a 0, dos bocas abiertas, dos bostezos. Ahora, los once jugadores se pasan todo el partido colgados del travesaño, dedicados a evitar los goles y sin tiempo para hacerlos. El entusiasmo que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red puede parecer misterio o locura, pero hay que tener en cuenta que el milagro se da poco. El gol, aunque sea un golcito, resulta siempre gooooooooooooooooooooooool en la garganta de los relatores de radio, un do de pecho capaz de dejar a Caruso mudo para siempre, y la multitud delira y el estadio se olvida de que es de cemento y se desprende de la tierra y se va al aire.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Zidane




Les convido un video que me mostró un amigo que lleva al fútbol en la sangre. Gracias de nuevo, Diego.

lunes, 11 de mayo de 2009

"La barrera", de Roberto Fontanarrosa

Un paso más atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí está bien. Ya está la barrera formada. Una baldosa más acá. Un momento. Ante todo, sacar las cosas del arco. Hay botellas debajo de la pileta. Ya la otra vez cagó una. Y dos sifones. El blindado no es nada, pero el otro puede reventar. Y los sifones revientan, y los pedacitos de vidrio saltan y se meten en los ojos de uno. Bien juntas las macetas de la barrera. El arquero muy nervioso. Miguel Tornino frente al balón. Atención: el rubio Miguel Tornino frente al balón. Una mano en la cintura. La otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de la frente. De los ojos. Hay silencio en el estadio. Es la siesta. Hasta el Negro se ha quedado quieto. Resignado a ser simple espectador de ese tiro libre de carácter directo que ya tiene como seguro ejecutor a Miguel Tornino, que estudia con los ojos entrecerrados el ángulo de tiro, el hueco que le deja la barrera, la luz que atisba entre la pierna derecha del recio mediovolante de la visita y la pata de portland de la maceta grandota del culantrillo. Un solo grito en el estadio: “Miguel, Miguel...”.
El público de pie ante ésta, la última oportunidad del Racing Club, cuando sólo faltan dos minutos para que finalice el match. Habrá que apurarse antes de que vuelva a adelantarse la barrera o el Negro insista en morder la pelota y hacerla cagar, como el otro día que la pinchó el muy boludo. Sonó el silbato. Habrá que pegarle de chanfle interno. La cara interna del pie diestro de Miguel Tornino, el pibe de las inferiores debutante hoy, le dará al balón casi de costado, tal vez de abajo, con no mucha fuerza pero sí con satánica precisión para que ese fulbo describa una rara comba sobre la cabeza de los asombrados defensores, sobre el despeinado pirincho del helecho de la segunda maceta y se cuele entre el travesaño, el poste, el postrero manotazo de la lata de aceite Cocinero que se ha lucido hasta el momento. ¡Tiró Tornino...! y se hizo mimbre en el aire el arquero ante el latigazo insólito de curva inesperada y con la punta de los dos dedos allá voló la lata a la mierda... ¡Carajo, que ladra el Negro! Sí, mamá. Sí, la guardo. Está bien. ¡Pero mirá vos cómo la viene a sacar este guacho!